Juan Pablo II con los jóvenes en la misa en el hipódromo. Foto: El Comercio

La llegada de Juan Pablo II a Lima: la organización de las misas masivas

Hace 33 años Juan Pablo II se convirtió en el primer Papa en pisar suelo peruano en medio de un contexto social, político y económico complicado. El Perú sufría una inflación de casi un 90% y estaba bajo la amenaza permanente de los movimientos subversivos Sendero Luminoso y el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA). Pero eso no impidió que el Papa realizara dos misas para cerca de un millón de personas en el hipódromo de Monterrico, otra en Villa el Salvador y viaje a once ciudades, entre ellas Ayacucho, en medio del asedio de los grupos terroristas.

Por Brenda Jáuregui

 

El sábado dos de febrero de 1985 miles de jóvenes se habían concentrado en el hipódromo de Monterrico para la primera misa del Papa Juan Pablo II. El calor era abrasador, llegaba hasta los 29 grados y los bomberos tuvieron que rociar al público con agua. Después de casi ocho horas de espera, entre cánticos, estribillos y oraciones, el papamóvil ingresó por la pista derecha del local. Apenas Juan Pablo II llegó, la multitud de fieles estremeció el lugar entre aplausos y gritos ensordecedores. Al mismo tiempo, una lluvia de papeles picados y globos multicolores eran soltados al aire.

El hipódromo estaba a su máxima capacidad. Desde los jardines de la entrada hasta el estrado donde se presentaría el Sumo Pontífice se podían observar a miles de niños, niñas, mujeres, hombres y ancianos que habían llegado a conocer al máximo líder de la iglesia católica. Liliana Cheneder era una de ellas. La joven de 18 años era parte del coro que acompañaría la misa que daría Juan Pablo II, por lo que tuvo una ubicación preferencial aquel día. Cheneder resalta la cantidad de personas que hubo en la ceremonia: “Creo que hubo más que en la del Papa Francisco el dos de febrero [del 2018]”, comenta.

Los bomberos rociando con agua de la manguera al público durante la misa para los jóvenes en el hipódromo de Monterrico.  Foto: La República

Preparativos para la llegada del Papa

El entonces presidente Fernando Belaúnde Terry le encargó la presidencia del comité que organizaría las actividades de la llegada del jefe del Vaticano a su sobrino Miguel Cruchaga Belaúnde. Quería tener una conexión directa con la persona que se iba a encargar de tan importante tarea. Cruchaga, arquitecto de profesión y actual decano de la Facultad de Arquitectura en la UPC, se reunió con el arzobispo Juan Landázuri Ricketts para sugerirle que unifique la comisión del gobierno con la Iglesia católica.

Es así como la comisión se unificó y estuvo conformada por cinco personas: representantes de los ministerios de Relaciones Exteriores, Comunicaciones, Interior y Salud; y Landázuri, quien integraba la comisión de la Iglesia, junto a una serie de obispos. Luego de aquella reunión, Cruchaga visitó el local de Panamericana Televisión, que en aquel momento era el de mayor audiencia, y conversó con Genaro Delgado Parker, dueño del canal en esa época. Le pidió que le ceda cuatro minutos en los noticieros de los domingos para difundir la llegada del Papa.

Delgado aceptó, pero solo le dio cuarenta segundos. Estos fueron suficientes para que Cruchaga lograra su objetivo. «Generar ilusión por la venida del Papa fue la mejor recompensa que tuve», dice. Para él, era muy importante tener una presencia frecuente en los medios de comunicación.

Miguel Cruchaga, presidente de la comisión organizadora para su llegada, con el Papa Juan Pablo II (1985). Foto: El Comercio

Realizar los preparativos para el arribo de Juan Pablo II no fue una tarea fácil, pues no había precedentes de un evento de tal importancia. Él se encargó de todos los detalles de la organización, desde escoger los lugares adecuados para las ceremonias hasta contar el tiempo que el Papa se iba a demorar en transportarse dentro del Perú.

«Había que hacer un ensayo general para que supiéramos, de manera cronometrada, cuánto duraba cada cosa y cuánto tiempo teníamos para avanzar», cuenta Cruchaga. Se tenía que cumplir un cronograma muy complejo. Midieron el tiempo de los viajes en automóvil y avión para transportarse a las provincias en las que iba a celebrar misas, así como el tiempo para saludar a los fieles. Todo esto se tenía que realizar en un tiempo razonable y programado.

Para ello, una semana antes de la llegada de Juan Pablo II se hizo un ensayo general. Cruchaga hizo el recorrido en carro y en avión junto a Monseñor Augusto Vargas Alzamora, quien era Cardenal de la Iglesia católica y expresidente de la Conferencia Episcopal Peruana. Para poder realizarlo, le pidió a la Fuerza Aérea que le prestara un avión pequeño en el cual viajó a cada provincia y ciudad que iba a visitar el Papa, y lo caracterizaron con la seriedad debida. “Viajamos Monseñor Augusto Vargas Alzamora que hacía de Papa, y yo hacía de presidente del Perú. Junto a mí fueron dos o tres personas más”, dice Cruchaga.

El Papa siendo resguardado en su recorrido hacia Villa El Salvador. Foto: El Comercio

Ubicación de las misas masivas en Lima

El sobrino de Belaúnde había elegido el hipódromo para las dos misas centrales en Lima, pues el extenso lugar podía albergar a una multitud de gente: también abarcaba lo que hoy se conoce como el centro comercial Jockey Plaza. El hipódromo estaba rodeado por un muro que solo tenía dos puertas, por lo que tuvo que diseñar y construir diez entradas adicionales para permitir la afluencia y salida de gente. Para levantar el estrado llamó a Walter Piazza, entonces dueño de la empresa constructora COSAPI, y le comentó que había hecho el proyecto y los planos, pero necesitaba de su ayuda para construirlo. Para su suerte, Piazza aceptó hacerlo ad honorem.

El arquitecto tenía buenas relaciones con el sector inmobiliario que le podía permitir recibir apoyo privado para las construcciones. “Una de las razones por las que Belaúnde me llamó a mí era porque en ese momento el gobierno peruano estaba pasando por una situación económica pésima, no había ni un sol», dice Cruchaga.

Misa para los jóvenes en el hipódromo de Monterrico. Foto: El Comercio

Junto al Papa, vino un grupo de más de veinte obispos y cardenales. La prensa internacional que lo siguió formó una comisión de 500 personas. Entonces, Cruchaga habló con el dueño del Hotel Crillón, y le propuso que él podía hacer que todos los reporteros se alojen en su recinto si es que le proporcionaba una sala de prensa gratuita. La propuesta fue aceptada. En la sala de prensa había fax, teléfonos a larga distancia, línea libre y un espacio donde los periodistas se pudieran sentar a escribir en sus máquinas.

También buscó una empresa de buses para que la comitiva papal haga sus recorridos en Lima. Habló con la agencia Lima Tours, que era de su amigo Eduardo Arrarte, y le pidió prestado seis buses de los más grandes que tuviera para la visita del Papa. Arrarte aceptó inmediatamente. El único gasto asumido por el Estado fue traer el papamóvil. El delegado del Ministerio de Transportes se encargó de esa comisión.

El aterrizaje

El Papa aterrizó el primero de febrero en el Grupo Aéreo Nro. 8 del Callao, a bordo de un avión de la empresa Alitalia. Antes de bajar se retiró el solideo –casquete de seda blanco que cubre su coronilla–, miró a los alrededores y luego bajó sigilosamente las escaleras. Se inclinó ante la alfombra roja que se había extendido y, con las dos manos, se agachó al suelo peruano para besarlo.

Juan Pablo II aterrizó el 1 de febrero de 1985 en el Grupo Aéreo Nro. 8 del Callao.  Foto: El Comercio

La primera persona que se acercó a saludarlo fue el presidente Fernando Belaúnde, y luego se le unió el Arzobispo Landázuri. También estuvo presente el Nuncio Apostólico, Mario Tagliaferri, autoridades políticas y eclesiásticas de la época. Su salida del lugar fue seguida por miles de policías que recorrieron el camino del papamóvil en moto. Todo el trayecto del papamóvil desde el Callao hasta Jesús María estuvo acompañado por una cadena humana que llevaba banderas del Perú y del Vaticano.

Durante su visita en Lima, Juan Pablo II ofició una misa en la catedral, visitó el Palacio de Gobierno y concedió dos misas en el hipódromo de Monterrico, una para los jóvenes y otra para las familias. También estuvo en el Callao y en Villa El Salvador, donde recibió a gente de escasos recursos. Lo que más llamó la atención esos días fue la organización para darle seguridad antes que se dirigiera a dar alguna misa. Cada vez que tenía que salir de la Nunciatura Apostólica en Jesús María, detectives fuertemente armados lo escoltaban.

El Papa: la persona más custodiada

El coronel en retiro Andrés Morales Vega, exmiembro de la Policía de Investigación del Perú (PIP), resguardó a Juan Pablo II durante esos días. En una entrevista con RPP Noticias, reveló que la Policía entrenó durante un año y medio el plan para darle seguridad. El personal estuvo conformado por 13 oficiales de élite y había otros equipos que se encargaron de que no existan riesgos en los lugares incluidos en la ruta del papamóvil. Estos policías no siempre llevaban su uniforme, también se vestían como civiles para camuflarse entre la gente.

La policía custodiaba en todo momento al Papa. Foto: El Peruano

Pero en el hipódromo de Monterrico, el protocolo de seguridad se rompió. Liliana Cheneder fue testigo de la forma en la que los eufóricos jóvenes se acercaron al Papa. Ella cuenta que hasta los más fieles que estaban a pocos metros de él no cumplieron con las normas establecidas. «Fue un instante en el que se rompió la seguridad, alguien lo hizo y cuatro o cinco inmediatamente hicimos lo mismo, era ahora o nunca», narra Cheneder. Ella se escapó de su sitio en el coro para acercarse al Papa y logró tocarle la mano.

“La perspectiva que yo tuve fue diferente, observaba a la gente con mucho entusiasmo. Las personas vinieron desde muy temprano para poder participar de la misa, en su mayoría chicos y chicas de parroquias, y gente de provincia”, recuerda. Al finalizar la misa, los asistentes terminaron muy cansados, y algunos tuvieron que recostarse en la vereda para descansar.

Las misas en provincia

Mientras se organizaban las misas centrales del Papa en Lima, en provincias miembros de organizaciones gestaban sus propias ceremonias. El Papa visitó las ciudades de Arequipa, Cusco, Ayacucho, Callao, Piura, Trujillo e Iquitos. Los estrados para cada misa fueron elaborados por los mismos pobladores del lugar quienes eligieron diseños propios y representativos de cada lugar. Cruchaga no tuvo ninguna intervención en el diseño.

Juan Pablo II fue recibido en Huamanga con una alfombra de flores en la que aparece Jesús Nazareno, patrón de Ayacucho. El Papa estuvo acompañado del Arzobispo de Ayacucho, Federico Richter. Foto: Fernando Barrantes Rodríguez

Fueron once las manifestaciones que hizo el Papa en el Perú. El tres de febrero, después de coronar a la Virgen del Carmen en la explanada de Sacsayhuamán, Juan Pablo II llegó a Huamanga, ciudad cercada por la violencia de Sendero Luminoso y las fuerzas del orden. Desde el aeropuerto, dijo: “Sé que hay mucho sufrimiento a causa de la espiral de la violencia que ha puesto su centro entre vosotros. Comparto desde lo profundo de mi corazón el desgarramiento que sufrís. Ojalá que el dolor que hiere a vuestras familias acabe pronto, y que entretanto sepáis afrontarlo con espíritu evangélico”.

El último día de su estadía en Lima realizó una misa en los arenales de Villa El Salvador. Actualmente, el lugar donde celebró la misa se ha convertido en el mayor emporio comercial del distrito.

Antes de finalizar su recorrido en Perú, se decidió que el avión presidencial lo llevara desde Iquitos hasta Puerto España (Trinidad y Tobago) para evitar regresar a la capital. En la pequeña isla caribeña, Cruchaga también estuvo presente. Poco antes de despedirse del Papa, Juan Pablo II le preguntó qué le había parecido la visita en Puerto España. “Yo le respondí que muy bonito, pero él me dijo: nada como Perú”, dice Cruchaga. Pese a que él no pudo tomarse ninguna foto con el Papa, el Vaticano le hizo llegar una fotografía juntos a manera de agradecimiento.

Imagen actual del lugar dónde se hizo la misa en el hipódromo de Monterrico.
Foto: Pasó en Lima

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